Gracias a ese camarero de Barajas que lejos de conseguir lo que quería, ridiculizar mi habla, me inspiró para hacer este artículo. Gracias.
A todos los absurdos, borricos, catetos, demagogos, envidiosos, fanáticos, gallitos, halagüeños, ignorantes, jergones, kitsch, lábiles, mediocres, nimios, ñoños, obscuros, paletos, quedos, relamidos, simples, tontainas, ultras, viciados, weak, xenobláticos, yertos y zopencos que siguen pensando que aquí abajo se habla mal.
Pasaba por se cateta
y eres una eminencia,
tostada piel morena
manos llenas de grietas.
Desde la antigüedad deseada y carismática para suretes y aqueos, primera en dar cobijo a nómadas y viajeros.
Abre sus brazos Indalo en el enclave de los Millares que da a luz a dos formas: Tartessos y Levante.
¡Ay Tartessos! La primera gran civilización: puntera, rica y moderna, tal vez fue esta la razón. Razón de tu agonía, y así viniste a caer; muchos amantes te querían, pero era falso su querer.
Tú, sabia y hospitalaria permitiste aterrizar a Fenicios y Cartagineses que venían a negociar. Cuan sorprendidos quedaron de tu riqueza natural que, más que el trueque, pretendieron robar, arañar, usurpar. Y te defendiste como supiste pero se veía el gran final: tú chillando solita ante toda una capital que contaba con el apoyo de los reinos de ultramar.
Llegó la grande, Roma, y venía en son de paz, invadidos e invasores con los mismos derechos, de igual a igual. Los nuevos pretendientes te llaman la Bética, pero eres la de siempre, la honesta, la de las buenas maneras.
Tras la huida de los godos llega a tu puerta el Islam, abre la aldabilla y tras moaxajas y zéjeles se quedan a pernoctar. Te coge de la mano y te lleva a pasear por castillos, torres y mezquitas…una velada ideal.
Y una de tus hijas se alza como la mejor, el no va más: la quieren astrólogos, poetas, pintores, todos se quieren casar con la que mira a las estrellas y sabe recitar. La pintan como una reina, Córdoba, Su majestad.
Pasan los años y llegas a la modernidad. Te acompañan tus ocho hijas, fruto de tu fertilidad, nacieron de tus entrañas y crecieron a la par, como ocho soles pasean su zalamería y saber estar. Las educaste en el respeto, en la cultura, la libertad, haciendo caso a omiso a las lenguas prestás pues ignorabas las habladurías del lugar. Tu casa siempre abierta a todo el que quisiera visitar a la vieja Andalucía, cubierta de canas ya, pero que sigue inspirando al pensador, al marinero, al Don Juan. Cuando lee parece cantar, pues en su voz se contonean siglos y siglos de interculturalidad.
“Enteraros de una vez por todas que mis hijas no hablan mal. Conoced su historia, de lo contrario no podréis catapultar una lengua como la nuestra a lo sencillo, cateto, vulgar.
¡Enteraos palurdos! El andaluz no es el mal hablar, tiene todo un legado detrás, la enjaezaron artistas, no olvidar: tiene una acento, un léxico, tiene alma…pa qué más! Está sujeta a nuestras leyes que nada tienen que envidiar al normativo castellano de Toledo, Valladolid o Alcalá.”
A los que la remedan les pone una sonrisa y en toda su plenitud le susurra bravía y segura:
- Aquí se habla andaluz.